Llegué al aeropuerto de Sharm El Sheik en la otra punta del país a las 3 a.m. Lejos de las conocidas pirámides, más bien en la península del Sinaí. ¿Recuerdan el relato bíblico de Moisés y sus 40 años de peregrinaje hacia la tierra prometida? o ¿la tabla de los 10 mandamientos? bueno fue ahí.

Me envolví con la bolsa de dormir y espere unas horas a que amanezca. Aquel lugar no es muy visitado, los atentados en Cairo el pasado agosto 2019 y la declaración de la península del Sinaí como de «alto peligro» por «presencia terrorista» ponen a la defensiva a cualquiera, incluso a mi.

6 a.m. y la única persona que había me señala la salida. Sin terroristas a la vista, me alertó más el ejército de taxistas intentando tomarme del brazo, diciendo que salir caminando del aeropuerto estaba prohibido. Intentaban cortarme el paso cruzando sus taxis frente a mi, discutiendo entre ellos. Uno grita ¡¡¡50 dólares mi amigo!!!, otro exclama 30!!! y se ponen a discutir entre ellos.

Llego a la ruta y aún dos taxistas me seguían a pie: «Estas loco, es peligroso, solo se puede ir en taxi». Haciendo autostop, cada auto que se detenía allí se transformaba automáticamente en un taxi que pedía dinero.

El sol me calcinaba las ideas cuando frenó una mini van, y acordamos un precio en libras egipcias por unos 20km hasta la ciudad. Llegamos a una intersección cualquiera y el conductor dice la palabra que odio y que siempre temo en esa situación. Money! Euros! 10 Euros! (algo así como 10 veces mas de lo acordado). Egipto me daba la bienvenida con su peor cara, y no me estaba gustando un carajo.

El Cairo. Primer Contacto

Bajé las escaleras del metro en la estación Attaba en el centro del Cairo con dirección a Giza. En el subsuelo las mujeres hacían una única fila, dado que, por una «cuestión de género», solo tienen derecho (otros le llaman prioridad) a comprar en una sola boletería, mientras que los hombres de forma más rápida obtienen su ticket en cualquiera de las otras cinco ventanillas.

Un nivel más abajo un cartel en rojo dice «Ladys» indicando que  en aquel vagón viajan exclusivamente mujeres, mientras que en los restantes, ellas pueden subir pero acompañadas de… Si acertaron!, un hombre.

Lo llaman protección, aunque más bien toda la historia me iba pareciendo más a una represión. Llega el metro y la gente sale volando hacia las puertas antes de que estas se abran… Hombres: niños o ancianos da igual, y eso si, mujeres acompañadas por acá y las demás, al otro vagón.

Un pestañeo y varias mujeres ya quedaron fuera porque los «Ladyes Exclusives» no dan a basto. Del otro lado de la ventana cruzo una mirada, avergonzada, escondida bajo un hiyab. Ella se queda en el andén, esperando otro tren, o quizás la oportunidad de nacer en otro mundo, uno en donde la sociedad sea mas justa.

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