Pasó mucho tiempo desde el día en que decidí dejar mi antigua vida de abogado mal pago en Argentina y comenzar un viaje sin retorno. Una semana antes había ido a parar al hospital por mi estrés y ahora sentado en un café le confesé a Gabriel, mi mejor amigo, que me perseguía un sueño recurrente. Lo que recordaba cada vez era la sensación de calor agobiante, tener la boca seca y el brillo del sol en los ojos mientras caminaba hacia lo que parecían ser las pirámides de Egipto. No pasaba noche, incluso aquellas en el hospital, donde no despertara con esa sensación.

Tiempo después, cuando logré desprenderme de todo, ahí estaba, con mi mochila al hombro haciendo señas a los autos en medio de una ruta sin nombre.  El plan incluía cruzar el Amazonas, subir hasta México y cuando lograra llegar a europa -si lo conseguía- ir hacia el este, en dirección a El Cairo.

-Que??????!!!!!!!!! estas loco????!!!!! -Me dijo Gabriel escupiendo el café dentro de su taza apenas me escuchó-

-Siento que es el momento, el viaje de mis sueños entendés? por tierra, haciendo dedo- respondí, intentando maquillar la bomba que acababa de tirar.

-De tus sueños? Eso más que un sueño es una locura!!! ¿por tierra? ¿haciendo autostop? ¿Y tu trabajo? ¿Con qué guita? Tendrías que abandonarlo todo!

Cuatro años después y a 12 mil kilómetros de mi última corbata, en mi cama prestada número mil recordaba esa conversación y logré caer dormido mientras miraba entrar las luces de la gran pirámide por la ventana.

¿Cómo definimos un viaje soñado? ¿por el lugar? ¿por las experiencias que queremos vivir? ¿o por lo que finalmente sucede y las consecuencias que ello trae a nuestras vidas? ¿puede transformarse en soñado recién una vez que ocurre?.

Viajar con el alma, con las tripas, abiertos a vivir aquel viaje de forma memorable significa dejar que rompa nuestras estructuras y lo transforme en más que un sueño recurrente. Es que un viaje soñado nace cuando esa aventura es capaz de cambiarnos tan intensamente que termina por ganar un lugar eterno en nuestro inconsciente. 

Sin embargo, lo curioso de los sueños recurrentes es que se nos meten en la cabeza de tal forma que nos permiten oler las frutas y el incienso de mercados imaginarios o sentir el calor del sol quemando nuestra espalda, pero no nos dan ni una pista sobre cómo hacerlos realidad. Por eso, la tarea final es 100% nuestra, el salto de fe es lo que nos hará dignos de tal recompensa. 

Por mi parte, al día siguiente desperté antes que la alarma. Afuera, las calles de Giza comenzaban a alborotarse por las caravanas de camellos que levantaban un telón de polvo y arena sobre los vendedores ambulantes de té, incienso y pan. 

-Camel!!! Camel my friend???

     -No, no. Shukran! gracias.

-Camel Camel!!!! very good.

    -La! Shukran!!

En eso, una mujer extiende su mano y me regala un pan pita recién horneado mientras nos envuelve a ambos otra nube de polvo.

-Welcome! Welcome to Egipt! dijo, y un escalofrío me recorrió el cuerpo.

¿Será que la visión había cumplido un objetivo, pero cuál? conocer simplemente un gigante geométrico?¿o acaso haber cambiado la geometría de mi vida en el camino?.

Me dirigí directo a las tres imponentes pirámides atravesando mercados de frutas e inciensos y fue la última vez en la que tuve aquel sueño recurrente. Dejé de tener esa representación imaginaria y lo transformé en una historia para contar sobre mi viaje soñado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

dieciocho − dieciseis =