Una, dos, tres veces, el último pescador de la isla Sveti intenta encender su abatido motor y nada. Cuatro, cinco, seis, hasta que a la séptima, el tirón de la cuerda fue tan violento que le hizo dar varias bocanadas de humo blanco y alcanzó a despertar al viejo honda de 60 caballos.
Era la última embarcación que abandonaba la isla, ya que desde hacía una hora, los restantes turistas y trabajadores del bar también se habían ido.
La inmensidad de aquel mar era abrumadora. Cuando el último rayo de sol se ocultó en el horizonte, el cielo pareció arder envuelto en una llama anaranjada, incendiando las pocas nubes que osaban acercarse a la línea del ocaso. Ardieron en llamas, como lo hicieron cada uno de los versos en papel que he dedicado, pronto, transformandose en cenizas, como las que dejan los amores que nunca llegan a ser, como los colores llenos de vida y muerte que dejaste aquella vez, en aquella esquina donde nos despedimos. Así, los anaranjados se tornaron rojizos y poco a poco fueron mimetizándose, rindiéndose a los brazos de un azul oscuro, que fácil se volvió negro y lleno de estrellas.
Había planeado pasar la noche en Sveti en el preciso momento en que el conductor del último vehículo que me llevaba, desde las montañas dijo:
-Esa es nuestra isla, nuestro tesoro, las mejores playas de la zona están ahí. Hace mucho tiempo fue guarida de traficantes y piratas, pero por suerte hoy, lo más peligroso que puedes encontrar allí son serpientes.
-Me quedo más tranquilo – contesté . Aunque no podía sacarle la vista de encima. Un trozo de tierra completamente arbolado, con acantilados en su lado norte y que iba aplanándose hacia el sur hasta terminar en un cordón de playas de arena blanca y aguas turquesas.
-Los turistas sólo pueden estar allí hasta las siete de la tarde – dijo. Y me miró como quien acaba de lanzar un balde de agua helada. Esta prohibido acampar sobre las playas, aunque no creo que a nadie le importe si lo haces en el bosque. Solo intenta hablar con el encargado del bar y darle aviso, así no matas de un infarto al guardia que pasa la noche allí.
Me despedí de aquel hombre y un impulso hizo que en un abrir y cerrar de ojos me cargue de provisiones y me sitúe en el muelle donde debía intentar convencer a algún pescador de que por poco dinero, o mejor aún, por un favor, me cruzara a las costas de Sveti.
-Ja! Argentino? ¿Que estás haciendo por estos sitios? ¿Eres de esa clase de locos no?.
-Bueno, es una larga historia le dije.
-Sube!, me la contarás en el camino.
La pequeña embarcación comenzó a pelear mano a mano con el oleaje, quien devolvía el desafío con cachetadas de agua una y otra vez.
En el décimo round, la canoa pesquera dio un salto y entró a las aguas calmas que rodeaban el muelle de la isla.
-Mañana, a esta hora – clavó el índice derecho en el reloj imaginario de su muñeca izquierda-, volveré por ti, esperaré diez minutos, ni un segundo más, y si no estás, me iré.
Lo saludé en la lejanía y me interné en el bosque.
Las horas que siguieron fueron de duda y reproche. ¿Que hacía ahí?, habiendo tanto lugares, ¿que fue esa extraña energía que me había invadido, esa intriga por conocer lo que al fin y al cabo parecía ser solo un trozo de tierra perdido en el mar Adriático?.
En fin, la última embarcación se fué y comencé a armar mi campamento sobre las ruinas de lo que parecía una iglesia abandonada.
Los mosquitos disfrutaban del banquete mientras me veían tantear a oscuras la estructura de la carpa, buscando sin éxito la barilla correcta para terminar de colocar el mosquitero.
Cómo una onda eléctrica los sentía zumbar por mis oídos, los tobillos me ardían por la cantidad de agujas al rojo vivo que se me incrustaban una a una en las articulaciones, los codos, entre los dedos de los pies y detrás de las rodillas. Aún así, no podía encender la linterna, no había conseguido el permiso de nadie para estar ahí, y cualquier resplandor de luz hubiese delatado mi presencia a cualquiera en kilómetros.
Estaba ahí, solo. Los murciélagos habían comenzado la danza y los grillos sonaban al son de lo que parecía ser una noche tranquila.
Busque un área abierta entre los árboles, extendí mi equipo de camping y comencé a cocinar. Esta vez, los spaguettis estaban más deliciosos que de costumbre, no eran una masa uniforme al fondo de la olla.
Mierda…..el momento sería perfecto si las picaduras no me estarían prendiendo fuego las piernas.
-Si! El agua de mar será genial para eso – pensé. Y bajé en medio de la noche a la playa.
El alivio fue inmediato, la luna se reflejaba como en un mosaico azul oscuro, en calma. Decidí así, nadar un poco en una zona poco profunda.
No se cuanto tiempo pasó, hasta que por el rabillo del ojo creí ver un destello proveniente de la costa – Alguien se acerca caminando!, un guardia! Carajo! – Ya era tarde.

Me acerco y esa luz no dejaba de apuntarme a la cara, estaba dejándome ciego.
-¿Qué haces aquí? – Pude sentir muchos años en esa voz.
-Turista!, soy turista, argentino – fueron las únicas palabras mientras intentaba sacarme la luz de la cara a manotazos.
Pisé la costa y la luz se apagó. Estaba encandilado, no podía ver nada. Busque parpadear y frotarme los ojos hasta que al fin vi una silueta oscura que tomaba asiento sobre la arena.
-Está bien, ya estoy viejo para esto y además hace un mes que no me pagan – murmuró entre dientes.
Enciende un cigarrillo en medio de la oscuridad y el reflejo del cerillo me deja ver su rostro, cubierto por una larga cabellera tan pero tan blanca que la luna la teñía a su antojo con el mismo tono del mar.
Aquel viejo parecía haber nacido el mismo día que la isla.
-Puedes sentarte, soy el guardia de la isla – aclaró.
-Perdón, pensé que podía quedarme en….
-Ya se que duermes en la iglesia abandonada. Allí estarás seguro – dijo.
-¿Rakia? – preguntó levantando una botella de destilado elixir.
-Si, ¿Porque no?.
Contemplamos la noche en silencio un largo rato. Le temblaban las manos, pero cada cerillo con el que encendía sus cigarrillos me abría una ventana para conocer detalles del avejentado guardia.
Logré identificar los colores de su camisa, de un blanco ya amarillento y rayas rosadas con un bolsillo a su lado izquierdo que dejaba ver un paquete de cigarrillos LM.
-Sabes… esa iglesia era muy bonita. Solía traer a mis niños aquí los fines de semana, a subir a la montaña, pescábamos y acampábamos justo allí, donde tú estas.
Lo miré asombrado, él sabía perfectamente donde estaba mi improvisado campamento, aunque jure haber sido de lo más sigiloso.
-La vida en el mar era distinta – continúa. Ahora las aguas están vacías, ni un solo pez. Me vi obligado a tomar este maldito trabajo, solitario, cuidando el bar de algún navegante borracho que pretenda saquearlo por la noche, rodeado de serpientes y ahora de turistas molestos.
-Perdón – repetí. Quise hablar con usted antes para preguntarle si..
-Bah…. – sacándose de encima mi excusa de una bofetada al viento. Te he dicho que ya nada me importa. Es más, vamos, terminemos este Rakia, que luego sacaré del bar un whisky. Estos mal nacidos se arrepentirán de no pagarme. Jajajaj.
-Siguió mirando el mar, da un trago al rakia y dice:
-Mírame! Yo aquí, emborrachándome y mi familia tan cerca…. Justo ahí – señala con su cigarro a la pequeña Budva, un pueblito costero en Montenegro de no más de 18 mil habitantes.
-Los extraño mucho – continúa lamentándose. Aunque no puedo volver, me conformo con estar cerca de ellos desde aquí, ese fue el trato.
-¿El trato? – Pregunté cómo quien pierde el hilo.
-Sehh Sehh, y murmura algo en un idioma que no pude reconocer.
Aquel hombre hablaba demasiado, no alcanzaba a entenderle todo, de hecho, poco de lo que decía tenía sentido, entre su mezcla de eslavo e inglés.
-¿Por qué no puedes ver a tu familia? Pregunté.
-¿Crees que las almas que están conectadas vuelven a juntarse luego de la vida? – Disparó y me miró por primera vez.
-La re pregunta me dejó seco. Podría haber imaginado miles de conversaciones con un viejo borracho en una isla, pero jamás ninguna sobre la conexión de las almas.
-Lo dejé continuar.
-El mar – lo señala una y otra vez como acusándolo de algo-, el cielo – coloca su palma hacia arriba, como conteniendo en ella todas las estrellas-, y nosotros – apoyando esa misma palma desbordante de astros en su pecho-, somos una sola cosa. Mi familia allí, y yo aquí, somos lo mismo. Estamos donde se encuentra nuestra alma, donde descansa nuestro pensamiento, y no donde el cuerpo se empeña por permanecer. Recuerdalo siempre que pienses en alguien que ya no está.
-Vuelve a perder la vista en el mar, saca otro cigarro y está vez el cerillo le iluminó una lagrima.
Desperté al día siguiente con la claridad dando de lleno sobre el campamento. Intenté aclarar las ideas preparando un café y bajé a la playa.
El día transcurrió fantástico y el sol no dudo en brillar un solo segundo.
La hora de mi traslado se acercaba y no quería irme sin despedirme de aquel extraño hombre de palabras tan inolvidables.
Lo busqué por todos lados sin éxito y fui rumbo al bar a hablar con el encargado.
-Hola!, ¿sabe donde puedo encontrar al viejo guardia de la isla?.
-¿guardia?
-Si!, el viejo me dijo que trabaja para usted, y por cierto, podrían ya pagarle, hace un mes que espera su dinero.
-¿El Sr. Nikola dijo eso? – Respondió.
-Si!, aunque no se su nombre.
El encargado saca su teléfono móvil, me muestra una foto y dice
-El señor Nikola murió hace un mes, no tenemos ningún guardia ahora.
-Miro la foto y allí estaba él, con su camisa amarillenta a rayas. El paquete de cigarros LM en su bolsillo izquierdo lo confirmaba.
-Hallamos el cuerpo sin vida en la capilla, en la iglesia abandonada.
-Lo siento mucho – respondí….
Di unos pasos hacia atrás y comencé a repasar en mi cabeza cada segundo de ese encuentro, cada detalle, cada cerillo, quizás no fue él, tal vez fue solo un sueño, que de alguna forma mi mente lo había inventado todo.
-Argentino! Argentino!, – interrumpen a lo lejos.
-Es tiempo, señalando su reloj imaginario.
Comencé a caminar hacia el muelle, tomé mi mochila medio aturdido y ahí fue cuando la vi. La botella de Rakia seguía ahí, tumbada en la arena, frente al mar.
Subí al barco y mientras la canoa regresa a la batalla eterna contra el mar, estas palabras son el primer intento por entender lo que sucedió anoche en la isla Sveti.

4 comentarios

  1. Gracias Rodri por compartir conmigo espero andes bien ,yo marcando los días en el almanaque parece mentira no queda y la ansiedad me está matando!!!!

    Ya me lo imprimo para leerlo saludos!! Y abrazo enorme a la distancia

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  2. ¿Crees que las almas que están conectadas vuelven a juntarse luego de la vida? – Yo sí lo creo, en esta y otras vidas y/o espacio/tiempo 🙂 espectacular este texto! Me encanta como escribes 🙂 ya me suscribí.

    1. Author

      Joha me gusta creer que si. Hay conexiones entre personas que son tan intensas que es difícil pensar que sean una construcción del momento. Gracias por sumarte!

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