Hoy van 85 dias, 22 horas, 46 minutos y 37 segundos de haber comenzado la cuarentena. Estoy a unas semanas de continuar camino y comienzo a armar mi mochila…otra vez.

El inventario es menor con el paso de los años aunque conservo la tienda, la cocina de camping, bolsa de dormir, tres camisetas, un abrigo, unos jeans desgastados, algunos pares de medias, unas zapatillas, mascarilla Anti-Covid19 y poco más.

Reconozco que las reglas de juego han cambiado y el afuera también. Pero yo… bueno, yo sigo igual. No hice ningún tik tok, mucho menos abdominales o recetas con masa madre.

Tampoco he escrito mucho, lo reconozco. Ni he publicado nada con reflexiones profundas. Al contrario, me he reducido a la monotemática práctica de salir a la ventana y putear. Como Paco, el vecino -siempre hay un Paco por acá- que con sus 90 junta energías para gritarle “Hijoeputa” a quien pasa por la calle sin barbijo.

Esta semana por Andorra se nos ha permitido el lujo de salir y tomarnos un café al aire libre, ¿Qué locura no? cuantas cosas hemos dado por hecho y terminaron siendo tan frágiles…

De algo estoy seguro, todo aquello que construimos en nuestras vidas ha demostrado ser vulnerable y no hay ecuación que nos asegure el futuro. Entonces….¿cuánto tiempo de encierro debe pasar para darnos cuenta que debemos invertir en lo que soñamos? Podemos salir a la ventana y putear en mil idiomas o empezar de una buena vez a vivir la vida que deseamos.

Pienso en cómo será volver a viajar en esta nueva situación. En un mundo que dejó a los amantes en pausa, demorando los abrazos y transformando los besos en un peligro. ¿La gente, seguirá confiando en un extraño con mochila?

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