17.03.2020. Después de un mes en Jordania acampando en las playas del Golfo de Aqaba, recolectando historias en tierras santas – y no tan santas-,  entre el rio Jordán y el mar muerto, se terminó la visa y volví a Europa. Trabajar nuevamente en Andorra me daría la chance de ahorrar dinero y continuar camino. Pero debo reconocerles que a pesar de la imprevisible flexibilidad de viajar sin tiempo -cosa que me apasiona- soy un tipo que calma su instinto capricorniano de tener todo «Bajo Control» guardando en mi manga siempre un plan B, C y hasta D – al menos eso dice mi hermana-.

Eso me ayuda… viajo sin rumbo y sin organización pero con un plan que incluye algunas contingencias, algo así como una red de contención por si la pirueta de circo sale mal y caigo al vacío. Sin embargo esto toma de los pelos y abofetea todo lo anterior. Hoy ya no es posible dar un paso más. La pandemia ha dicho DETENTE!.

La Cuarentena obliga a pensar en opciones jamás imaginadas y pone a prueba la improvisación del nómade como nunca antes. Y ahí la paradoja, la solución es transformarse en todo lo contrario… desempolvando aquel sedentarismo es como un viajero conserva sus sueños de mirar por una ventana, proyectarse en las montañas e imaginarse nuevamente en el camino.

27.03.2020 Llevo días escapándole a las hojas en blanco, catorce para ser preciso. En un momento así lucho por alejarme de la escritura como de esa ex novia tóxica que te escribe en cumpleaños o navidades y te dice que aún te extraña.

Intento huir, quizás por miedo a publicar palabras sin sentido. Es que según dicen los verdaderos escritores, al momento de apoyar el lápiz sobre un trozo de papel nos ponemos en riesgo, exponiéndonos al peligro de despertar fantasmas o darnos cuenta que estamos enamorados.

Por suerte yo me estoy quedando sin hojas pero comienzo a escribir sobre diarios viejos que solo cuentan muertos y las historias se me entrelazan. Por eso el escritor busca a una mujer. No por supervivencia sino para escribir sobre su piel, como hacía Buarque, los versos que hagan falta para exorcizar los fantasmas o enamorarse, aunque sospecho que es lo mismo.

A todo esto, veo por la ventana a un boludo que baja rodando la montaña después de tropezar con la correa de su propio perro. Respiro al ver que el animal está bien -hablo del perro-

Mi mamá aprovecha la distracción y escribe. Me pide que encienda la TV y reciba en directo la bendición del Papa Francisco. La bendición es no tener cable – le contesté-.

Perdón, les decía que hoy ningún papel quiere inmolarse cargando en tintas la responsabilidad de expresar palabras sin sentido. ¿Poético no?

Aún así, de esta cuarentena nacerán nuevas pasiones, escritores de fracaso asegurado, nuevas top models que hagan sentadillas mostrando las tetas y futbolistas de papel higiénico.

Ayer sin ir mas lejos, un diario de Andorra tituló «Especialistas Chinos aseguran haber encontrado la cura al Covid-19» y leo una anotación mía al margen: 

«¿Cuánto tiempo un alma soporta la apnea de la distancia?. Transmutar. Escapar para abrazar. Violar la cuarentena justificados en el estado de necesidad».  No como el boludo del perro -agrego ahora-.

Por fortuna para el autor temeroso se acaban las hojas, como también se acabará la pandemia. Todo quedará entre los labios, inolvidable, como un orgasmo interrumpido por un «te amo». Ojalá volvamos a los versos escritos en la piel y a la verdadera bendición que es un abrazo para a besarle la espalda desnuda a la esperanza de una humanidad mejor.

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